Comentarios del tipo «no podría vivir sin carne», «los lácteos son mi perdición», «aprecio tu fuerza de voluntad, pero yo no podría», etc. son comunes cuando alguien conoce a una persona que ha decidido ser vegana.
Esto suscita un interrogante:
¿Por qué nos cuesta tanto vivir sin dañar a otros individuos?
La primera respuesta que encuentro, por ser la más abarcadora, es que el especismo habita en cada uno de nosotros, impidiendo que seamos empáticos con seres que consideramos inferiores.
Para arrancar esa venda de los ojos (el especismo), lo primordial es el cambio de consciencia, cambiar la forma en cómo vemos a los demás animales. De esa manera, el huevo dejará de ser visto como alimento, la leche dejará de ser vista como alimento apto para humanos, la carne dejará de ser comida necesaria, y ante nuestros ojos aparecen como lo que son: productos de la tortura, la masacre y la explotación.
Lo más importante es que los demás animales dejarán de ser vistos como cosas, y pasarán a ser individuos que desean y merecen vivir en libertad.
Entonces, ser vegano no es difícil, si por un momento podemos imaginar cómo se siente ser la vaca, el cerdo, el pavo, la gallina, y demás animales utilizados y explotados. No será difícil si dejamos de mirar nuestro propio ombligo creyendo que ese es el mundo, y nos enfocamos en los otros, en las víctimas silenciadas. No será difícil si, por medio de la empatía sentimos su dolor y sus ganas de ser libres.
Es en ese momento, cuando comprendemos a las víctimas, que el veganismo no es un esfuerzo que exige fuerza de voluntad, sino una postura ética clara, motor de nuestra existencia y la razón por la cual nos pongamos en marcha para abolir el especismo.
Cesar Vásquez
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